1.
Causas internas y externas del proceso de independencia.
Tanto testigos de la época (entre otros,
el sabio alemán Alejandro de Humboldt) como historiadores actuales han
subrayado repetidamente la amplia desigualdad e injusticia social que
prevalecía en la Nueva España, no solamente por los niveles de riqueza, sino
también por el racismo y los prejuicios de todo tipo que consagraban la
dominación de la “minoría blanca” sobre la amplia mayoría de la población. Una
pequeña élite de criollos y peninsulares concentraban la riqueza agrícola,
ganadera, minera y comercial del reino, relegando a otros criollos y mestizos a
una modesta subsistencia. La gran población de mestizos, castas e indios
subsistía pobremente en los tiempos de prosperidad, al grado que podía morir de
hambre en los años de depresión agrícola.
Por lo
demás, el crecimiento económico general que se observó durante casi todo el
siglo no mitigó la desigualdad, sino que motivó nuevos conflictos. La pobreza y
miseria de las mayorías eran tanto más irritantes cuanto más se observaba la
opulencia y derroche de una minoría privilegiada. Las oportunidades de
educación y mejoría social prácticamente no existían para los que no eran
considerados blancos. Aún entre éstos, eran muy pocos los que podían aspirar a
formar parte de las élites que concentraban la riqueza, el prestigio social y
la influencia política.
A principios del siglo XIX los conflictos
internos y externos de la Nueva España hicieron crisis. Ante los grandes gastos
de sus campañas militares en Europa, el gobierno español recurrió a diversos
decretos para aumentar las contribuciones económicas de su colonia, lo que
exasperó los ánimos de la población. Hubo en especial una medida fiscal que
irritó a la mayoría de los súbditos de la Nueva España. En 1804 el gobierno
español emitió la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales. En ésta se
ordenaba que todos los capitales prestados por la Iglesia a los particulares
debían cobrarse obligatoriamente y entregarse a la Corona española. Ésta los
reconocería como un préstamo forzoso a
través de unos “vales reales” prometiendo pagarlos con intereses.
En Nueva España gran cantidad de
terratenientes grandes y chicos tenían hipotecas pendientes ante la Iglesia.
Durante cinco años se vieron obligados a
arruinarse o abaratar sus propiedades para pagar a la Iglesia y de este
modo financiar al Estado español. Existían fuertes sospechas de corrupción en
contra del virrey José de Iturrigaray, de quien se rumoraba que había
aprovechado tramposamente la Real Cédula para enriquecerse.
En el aspecto
ideológico, intelectuales de la Iglesia y de la Real y Pontificia
Universidad, como Francisco Suárez y Francisco Xavier Alegre difundían un nuevo
pensamiento político. Afirmaban que Dios había dado a los reyes la misión de
gobernar en beneficio del pueblo. Si no cumplían con este encargo, el pueblo
podía reclamarles y sí por alguna razón llegara a faltar el rey o su sucesor
legítimo, el pueblo podía organizarse para asumir la soberanía, al menos
mientras se recuperaba la monarquía.
2.
La invasión de
Napoleón a España y su impacto en la Colonia.
Entre
tanto, la invasión de los franceses en España en 1808, acabó con los reyes
legítimos, al hacer renunciar tanto a Carlos IV como a su hijo Fernando VII.
Napoleón Bonaparte impuso como rey a su hermano José. El pueblo español se
levantó en armas contra el invasor, y se organizó en juntas para improvisar
gobiernos locales que sostuvieran la lucha. En América surgieron también
numerosas juntas y conspiraciones, con el propósito de liberarse del dominio
colonial.
La agitación política cundió en Nueva España.
Muchos criollos consideraron que se daba la condición que los autores como
Suárez o Alegre consideraban para que el pueblo asumiera la soberanía: la
ausencia de un soberano o sucesor legítimo.
En el ayuntamiento de la ciudad de México surgió un grupo, encabezado
por Melchor de Talamantes, Francisco Azcárate y Francisco Primo de Verdad, que
propuso al propio virrey Iturrigaray que organizara un gobierno autónomo, al
menos mientras el pueblo español luchaba contra el invasor francés. El virrey
simpatizaba con ese planteamiento, que le permitiría ejercer el poder sin
sujetarse ya a ninguna autoridad española
Los integrantes de la Real Audiencia, así como
la Inquisición católica, rechazaron absolutamente la propuesta de los criollos.
Las gestiones para formar un gobierno autónomo fueron descubiertas por
hacendados y comerciantes que odiaban a Iturrigaray. En septiembre de 1808,
estos criollos, con el terrateniente Gabriel de Yermo como líder aparente,
hicieron que las tropas virreinales apresaran a los conspiradores y a
Iturrigaray para enviarlos a España. Enseguida entregaron el puesto de virrey
al anciano militar Pedro de Garibay. Este golpe de estado eliminó toda
posibilidad de lograr la independencia de manera pacífica.
Entonces
comenzó un periodo de depresión agrícola. Las malas cosechas de 1809-1810
provocaron la elevación de los precios, la carestía y el hambre. Surgieron
conspiraciones en las que, tanto criollos como mestizos analizaban la situación
crítica de la Nueva España y planeaban cambios políticos. Los conspiradores de
Valladolid, hoy Morelia, fueron descubiertos y encarcelados por las autoridades
virreinales en diciembre de 1809.
En
Querétaro, Miguel Hidalgo, sacerdote del “bajo clero” de gran inteligencia y
cultura, formó una junta secreta con oficiales del ejército, como Ignacio
Allende y funcionarios menores del gobierno. En esta junta se discutía la
posibilidad de llamar al pueblo a las armas para derrocar al virrey y organizar
un gobierno autónomo. La conspiración fue denunciada a mediados de septiembre
de 1810, así que Hidalgo y los suyos tuvieron que apresurar el levantamiento.
3. Insurgencia militar y política de 1810-1815.
Revolución
de Miguel Hidalgo
Los conspiradores de Querétaro habían
discutido la posibilidad de llamar al pueblo a luchar por la independencia, o
simplemente en defensa de la religión y contra la injusticia. Hidalgo defendía
la idea de la plena independencia, pero el corregidor de Querétaro Miguel
Domínguez y otros conspiradores argumentaban que el pueblo no comprendería ni
defendería ese postulado. Entre tanto, la conspiración fue denunciada a las
autoridades antes de que sus planes estuvieran listos, hecho que precipitó el
levantamiento.
En la célebre madrugada del 16 de
septiembre, Hidalgo convocó al pueblo de Dolores, en la intendencia de
Guanajuato, a luchar en defensa de la religión, contra el mal gobierno y los
“gachupines” (españoles ricos). En pocas semanas, la rebelión cundió
masivamente por toda la región de Bajío, donde, tanto las malas cosechas como el
hambre habían enardecido a las mayorías. La lucha fue desde el principio, la
del pueblo miserable y discriminado contra los ricos hacendados y comerciantes,
que inmediatamente se aliaron con el gobierno virreinal. Hidalgo no tuvo tiempo
o recursos para armar ni disciplinar adecuadamente a sus fuerzas, que llegaron
a sobrepasar los ochenta mil hombres.
Los
insurgentes tuvieron algunas victorias iniciales, sobre todo la conquista de la
ciudad de Guanajuato. Avanzaron hacia la capital del virreinato, venciendo a
las tropas realistas en Monte de las Cruces. Empero, no pudieron controlar el
Valle de México y se abstuvieron de atacar la ciudad. Según parece, tanto el
gobierno como los criollos acaudalados
habían realizado una eficaz propaganda contra los insurgentes, atemorizando a
la población del valle para que no se les uniera. Las tropas del brigadier
Félix Ma. Calleja, mucho menores en número, vencieron a las de Hidalgo en
Aculco, hoy al norte del Estado de México y dispersaron a los rebeldes.
En noviembre
de 1810, Hidalgo intentó establecer un gobierno en Guadalajara. Promulgó
decretos para abolir el sistema discriminatorio de castas, los tributos y la
esclavitud. También suprimió los estancos del tabaco y el vino, al tiempo que
reducía los impuestos al comercio. Durante un tiempo, las ideas
independentistas se difundieron a través del periódico El despertador
americano. También se propuso la organización de un congreso
independentista, que no llegó a realizarse.
Calleja
intensificó la persecución. En enero de 1811, tras la batalla de Puente de
Calderón, expulsó a los insurgentes de Guadalajara. Hidalgo fue despojado del
mando militar de la revolución para confiarlo al soldado profesional,
Allende. Sin embargo, la posición de los
insurgentes siguió empeorando. Desesperados, decidieron buscar nuevos
territorios y la ayuda de los Estados Unidos de América, que en aquellos
tiempos era la única nación libre con posibilidad de apoyarlos. Ya en plena
retirada hacia el norte, Hidalgo y los suyos
fueron capturados en Chihuahua. Se les juzgó y ejecutó entre junio y
julio de 1811.
Sin
embargo, el descontento popular era tan grande que la muerte de estos primeros
jefes no acabó con la insurgencia. Ya existían nuevos núcleos rebeldes en el
norte (en Tejas, Tamaulipas y Nuevo León), en el Bajío y en las costas del sur.
Ignacio López Rayón trató de reagrupar la rebelión. Formó la Junta de Zitácuaro
(hoy en el estado de Michoacán) y volvió a editar el periódico independentista
desde Sultepec. Calleja acudió de nuevo en defensa del virreinato: tomó
Zitácuaro y persiguió a López Rayón. La insurrección proseguía, aunque dispersa
en núcleos aislados.
El
movimiento de José María Morelos
Hidalgo había encargado a José María Morelos, sacerdote del bajo clero como él, la misión de
apoderarse de Acapulco. Sin tener entrenamiento como jefe militar o político,
Morelos reveló sorprendentes cualidades. Comenzó por organizar y preparar
cuidadosamente a hombres bien seleccionados que, pese a su inferioridad numérica,
pudieran enfrentarse con éxito a los soldados profesionales del virreinato.
Evitó tanto los saqueos como los abusos que dieron mala fama a las multitudes
de Hidalgo. Atrajo a la causa insurgente a algunos rancheros, como los hermanos
Galeana, los Bravo, y Vicente Guerrero.
Morelos
realizó cinco campañas militares. En las cuatro primeras obtuvo numerosas
victorias. Se apoderó de ciudades como Chilpancingo, Tehuacán y Oaxaca, así
como del puerto de Acapulco. Resistió exitosamente el sitio del temible brigadier
Calleja en Cuautla entre abril y mayo de 1812. Llegó a controlar una amplia
región del sur del virreinato, que obedeció a su gobierno durante meses y años.
Logró convocar y reunir al congreso que había propuesto Hidalgo con
representantes de la zona dominada por él.
Ante
el Congreso de Chilpancingo Morelos,
presentó en septiembre de 1813 un documento titulado “Sentimientos de la
Nación”, que resumía los ideales de su
lucha. Entre sus postulados destacan:
- “...la América es libre e independiente
de España y de toda otra Nación, Gobierno o Monarquía...”
- “Que la Religión Católica sea la única,
sin tolerancia de otra”
- “La soberanía dimana inmediatamente del
pueblo, que sólo quiere depositarla en sus representantes dividiendo los
poderes de ella en Legislativo, Ejecutivo y Judiciario...”
- “La patria no será del todo libre y
nuestra, mientras no se reforme el gobierno, abatiendo el tiránico,
sustituyéndolo por el liberal...”
- “Como la buena ley es superior a todo
hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a
constancia y patriotismo, moderando la opulencia y la indigencia...”
- “Que la esclavitud se proscriba para
siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo
distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud.”
- “Que se quite la infinidad de tributos,
pechos e imposiciones que más agobian, y se señale a cada individuo un cinco
por ciento en sus ganancias, u otra carga igual ligera, que no oprima tanto,
como la alcabala, el estanco, el tributo y otras, pues con esta corta
contribución, y la buena administración de los bienes confiscados al enemigo,
podrá llevarse el peso de la guerra.”
Los
“Sentimientos de la Nación” fueron las bases con que el congreso elaboró el
Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, o “Constitución
de Apatzingán” en octubre de 1814; la primera que intentó establecer el pueblo
mexicano. Fue elaborada por Andrés Quintana Roo, el Dr. Coss, Carlos María de
Bustamante y José María Liceaga entre
otros.
Entretanto,
Félix Mª Calleja fue ascendido a virrey de la Nueva España y organizó con gran
acierto la persecución de Morelos y el Congreso de Chilpancingo. En diciembre
de 1813 y enero de 1814, Morelos sufrió gravísimas derrotas cerca de
Valladolid, hoy Morelia. Fue perseguido afanosamente por los realistas. Al fin,
se le capturó en noviembre de 1815, juzgándolo y ejecutándolo en diciembre del
mismo año.
4. La guerrilla insurgente.
La muerte de Morelos señala el fracaso
culminante de la rebelión popular independentista. El gobierno virreinal y la
oligarquía se habían ganado a buena parte de la población. De los ochenta mil
hombres que llegó a tener el ejército realista, apenas uno de cada diez era
español. En 1816, el enérgico y represivo virrey Calleja fue relevado de su
cargo para entregarlo a Juan Ruiz de Apodaca, quien puso en práctica una
política de clemencia destinada a convencer a todos los novohispanos de dejar
atrás la guerra. Así, se ofreció el indulto o perdón a los insurgentes que
aceptaran desarmarse y comprometerse a no volver a combatir al gobierno
virreinal. De ese modo logró debilitar a quienes se mantenían en la lucha
independentista.
Después
de la ejecución de Morelos, algunos guerrilleros aislados sostuvieron la lucha:
en especial Vicente Guerrero, que se había iniciado como insurgente en las
filas de Morelos. Tras la muerte éste, Guerrero logró salvar una parte de sus
tropas, y con algunos cientos de hombres se mantuvo en pie de guerra en las
montañas de la Sierra Madre del Sur. Varias veces intentó convencer a jefes
realistas para que se pasaran al bando insurgente, pero no tuvo éxito.
Manuel
Félix Fernández (llamado Guadalupe Victoria), otro de los antiguos capitanes a
las órdenes de Morelos, se dirigió a la intendencia de Veracruz, en cuyas zonas
selváticas logró sustraerse a la persecución de los realistas. Sin embargo,
terminó por quedarse prácticamente solo y sin posibilidades de reorganizar su
movimiento. El guerrillero español Francisco Xavier Mina, que había luchado
contra la invasión francesa en la Península Ibérica, caído prisionero y luego
de su liberación migró a Inglaterra, fue animado por el novohispano Fray
Servando Teresa de Mier de que podía continuar su lucha libertaria en
Iberoamérica.
Mina
logró reunir unos cuatrocientos voluntarios, con los que desembarcó en las
costas del actual estado de Tamaulipas en abril de 1817. Ganó varios combates y
logró internarse hasta la intendencia de Guanajuato, donde se reunió con el
jefe insurgente Pedro Moreno. El virrey envió hasta cuatro mil hombres a
combatirlos, logrando por fin abatir en combate a Moreno, mientras que se
capturaba, juzgaba y ejecutaba a Mina en diciembre de 1817. Así, en los años
posteriores la insurgencia estaba ya a punto de extinguirse totalmente.
En el Mapa 6 se pueden apreciar las principales campañas de
los caudillos independentistas.
Mapa 6
5. La consumación de la independencia.
Hacia 1820 el gobierno virreinal parecía
haber controlado por fin la rebelión independentista. Sólo Guerrero y sus
hombres mantenían viva la lucha. Se habían refugiado en la Sierra Madre del
Sur, donde las tropas virreinales habían fracasado una y otra vez en sus
intentos de eliminarlos. Sin embargo, no se veía ni creía que los guerrilleros
tuvieran oportunidad de lograr por sí mismos la independencia. Entonces
sobrevino una rebelión en España. El rey Fernando VII fue obligado por su
pueblo a restablecer la constitución liberal de Cádiz, que había sido dictada
en 1812. La noticia causó una gran conmoción en Nueva España.
Los
funcionarios del gobierno creían que las libertades civiles consagradas por la
Constitución ayudarían a los independentistas. Tanto las clases privilegiadas como
la iglesia católica temían perder las ventajas legales y políticas que les
ayudaban a conservar sus riquezas. En cambio, mucha gente de las “clases
medias” (profesionistas, pequeños comerciantes, rancheros), no solamente
deseaba las libertades constitucionales, sino los plenos derechos de todo
súbdito español. En un sólo punto coincidía la gran parte de la población: lo
conveniente era separarse de la metrópoli española y de su inestabilidad política.
Hacendados,
comerciantes acaudalados y clérigos de la Ciudad de México organizaron la
conspiración de la Profesa, (1820-1821) que buscó la forma de establecer un
gobierno autónomo. Eligieron como jefe militar a Agustín de Iturbide, un
oficial de las tropas virreinales tan capaz como sanguinario en la lucha contra
los insurgentes. Iturbide consiguió el mando de las tropas que combatían a
Guerrero. Éste, por su parte, había intentado convencer a oficiales virreinales
para que se unieran a la insurgencia. Después de algunos combates, ambos se
dieron cuenta de que era mejor llegar a un arreglo.
Iturbide
aceptó la incorporación de las fuerzas insurgentes y en febrero de 1821
proclamó el Plan de Iguala o de las tres garantías (religión católica, unión e
independencia nacional):
-
prometía la defensa de los privilegios de las
clases dominantes.
-
proponía el establecimiento de una nueva
monarquía, moderada por un congreso nacional
-
ofrecería
inicialmente el trono, a Fernando VII de España o a algún príncipe de su
familia.
El Plan era un documento ambiguo que
alentaba alguna promesa en todos aquellos que tuvieran algún motivo de
descontento contra el gobierno español. Tanto el ejército virreinal como la
iglesia católica y casi toda la población novohispana lo aceptaron con entusiasmo.
Al llegar a nuestras costas Juan O’Donojú, el último jefe político designado
por el rey, entendió que no tenía manera de oponerse a la independencia. En los
Tratados de Córdoba, Iturbide y O’Donojú acordaron la independencia sobre las
bases propuestas en Iguala. El ejército trigarante entró en la ciudad de México
en septiembre de 1821 y la guerra de independencia terminó, pero tanto los
problemas sociales como políticos subsistieron.
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