sábado, 24 de enero de 2015

Unidad V: México durante el régimen de Porfirio Díaz, 1876 a 1911.



1 y 2. Los gobiernos de Porfirio Díaz y Manuel González (1877-1911)
En las elecciones presidenciales de 1876  Sebastián Lerdo de Tejada se proclamó nuevamente triunfador. José María Iglesias lo desconoció desde Guanajuato, así como Porfirio Díaz y sus partidarios, que lanzaron el Plan de Tuxtepec. Declarándose defensor de la Constitución de 1857, de las Leyes de Reforma y del principio de no reelección presidencial, Díaz combatió hasta vencer a los lerdistas en Tecoac, Puebla, en noviembre de 1876. Así, fue nombrado presidente provisional en febrero de 1877, y tras nuevas elecciones asumió el mandato constitucional en mayo siguiente.
Cuando el Gral. Díaz accedió al poder se enfrentaba a la crónica inestabilidad de la política nacional y a la desconfianza de las potencias extranjeras. Tanto por sus convicciones personales, como por las circunstancias que le rodeaban, proclamó una ideología liberal, adoptando la teoría del liberalismo clásico, y los postulados de la filosofía positivista que comenzaba a predominar en Europa a finales del siglo XIX. Dos lemas resumen el rumbo político que mantuvo permanentemente:
Orden y progreso” y “Poca política, mucha administración”.
En sus ejes básicos, el rumbo político porfirista tuvo una notoria continuidad, tanto bajo la presidencia del propio Díaz (1877-1880) y sus siete reelecciones (1884, 1888, 1892, 1896, 1900, 1904 y 1910) como en la de su antiguo colaborador Manuel González (1880-1884), si bien no puede decirse que éste haya sido un títere ni prestanombres de Díaz.
Díaz se apoyó decididamente en las clases dominantes. Supo ganarse la confianza de los representantes de las potencias extranjeras, a las que convenía la estabilidad interna de un país tan rico en recursos naturales. Nombró a colaboradores de gran eficiencia en las secretarías de Estado y procuró asegurarles una prolongada permanencia en sus puestos. Hizo otro tanto con los gobernadores de los estados y con los mandos superiores del ejército que le mostraban fidelidad personal.
Díaz obtuvo un provecho óptimo de las innovaciones tecnológicas como el telégrafo, el teléfono, y los ferrocarriles, que le permitieron tener un control tan estrecho como eficaz sobre la vida política del país que a cualquiera de sus antecesores. Merced a estos recursos, se mantenía informado día a día, o con más frecuencia si era necesario,  de cualquier problema político relevante, y podía atenderlo con mucha rapidez a través de sus colaboradores o, en caso extremo, de tropas que se desplazaban por el territorio nacional con una velocidad antes inconcebible.
Díaz practicó una política de conciliación respecto a la iglesia católica y los restos del bando conservador, a quienes había combatido tantos años, permitiéndoles diversas violaciones a las Leyes de Reforma. A cambio de ello, el clero se mostró cada vez más favorable a su régimen, y con frecuencia lo apoyó desde el púlpito. Por otra parte, Díaz logró atraerse la simpatía de los liberales juaristas y lerdistas, que al principio lo combatían, concediéndoles honores o la oportunidad de enriquecerse.
Contra los opositores decididos, los periodistas que lo criticaron radicalmente, como los hermanos Flores Magón, y contra los obreros, campesinos y comuneros indígenas que se resistían a sus políticas tanto de explotación como de despojo, se aplicó una drástica represión: persecuciones, encarcelamientos, cierre de periódicos independientes, encarcelamiento, deportación, ejecuciones, y  asesinatos. En el caso de los indios yaquis de Sonora o los mayas de Yucatán, se llegó a practicar el genocidio, que hoy en día se calcula en decenas de miles de víctimas.
No sin dificultades, logró el reconocimiento político y la normalización de relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y con las principales potencias europeas. Debió enfrentar algunos conflictos graves, como el de las pretensiones de Gran Bretaña por mejorar su posición en Belice a costa de la soberanía mexicana, o las de Guatemala sobre las costas del sur de Chiapas, apoyadas por presiones estadounidenses.
En el aspecto educativo, la instrucción pública hizo algunos progresos bajo la guía de Gabino Barreda y Justo Sierra: expansión del sistema de escuelas primarias de gobierno, desarrollo de la Escuela Nacional Preparatoria, refundación de la Universidad Nacional en 1910. Pese a ello, más del 85% de la población siguió hundida en el analfabetismo.

3. El Régimen Porfirista (1884-1911).
Progreso económico
El modelo de desarrollo vigente en México durante el porfiriato fue el que los economistas actuales denominan primario-exportador. Se le define como una economía cuyo motor fue la expansión constante de actividades primarias; agricultura, ganadería, minería y extracción de petróleo. La producción de estas actividades se orientaba primordialmente a la exportación o “crecimiento hacia afuera”. Se buscó obtener productos de valor comercial relativamente alto para venderlos al extranjero y obtener divisas. Con esto se lograba una notoria prosperidad para los propietarios de los medios de producción; capitalistas extranjeros y nacionales, así como hacendados, pero no para el mercado interno, ni mucho menos para las mayorías trabajadoras.
Los rasgos esenciales de este modelo fueron:
a) Una estrategia asociativa ante el mercado mundial: se procuró conscientemente fomentar las relaciones y la cooperación entre la economía nacional y la mundial.
b) Se abrieron las facilidades a la participación de capitales extranjeros y a la competencia privada: el gobierno redujo su papel económico al mínimo posible.
c) En este sentido, si bien la Constitución de 1857 propiciaba la eliminación de las funciones económicas de corporaciones tradicionales (Iglesia, comunidades indígenas), este marco fue ampliado con leyes como la de Terrenos Baldíos y la Minera (1884), que concedían las mayores ventajas posibles a los hacendados, en el primer caso, y a los inversionistas extranjeros interesados por los recursos nacionales del subsuelo, en el segundo.
d) Se estimuló intensamente el mercado de tierras, para hacer productivas y comercialmente atractivas las que estaban ociosas (en beneficio del latifundio privado).
e) La incipiente industrialización, y por otra parte los ingresos del Estado, dependen de los productos de la agricultura y minería de exportación.
            Sobre tales bases, México experimentó un gran crecimiento económico, en promedio, del 7.5% anual durante el porfiriato, pero no un desarrollo integral. Se aprovecharon los altos flujos de inversión que las grandes potencias industrializadas podían canalizar hacia los países económicamente “atrasados”, como el nuestro, pero por lo mismo se fortaleció decididamente la dependencia de México frente a los vaivenes comerciales y financieros del exterior.
La agricultura continuó siendo la actividad principal de nuestra población: unos pocos cientos de hacendados se adueñaron de colosales latifundios, enriqueciéndose con la exportación de algunos productos como caña de azúcar, café, y henequén; entre otros. La minería renació, y al lado de los tradicionales metales preciosos, comenzaron a exportarse los de uso industrial: hierro, zinc, estaño, cobre, etc.  La explotación de los grandes yacimientos petroleros de las costas del Golfo, inició con capitales británicos y estadounidenses en 1901. Se incrementó la manufactura de bienes de consumo como: textiles, calzado, herramientas, etc., pero no se estableció industria pesada. El gobierno subsidió en gran cantidad la red de ferrocarriles y creció hasta casi 20 000 km de vías.
En 1884 surgieron los primeros bancos privados; comenzó a imprimirse y utilizarse el papel moneda. Los ministros de Hacienda, como José Ives Limantour, completaron la reorganización fiscal, suprimiendo impuestos obsoletos como la alcabala. Se arregló la deuda externa en términos de una virtual condonación. Por primera vez se acumularon reservas monetarias, hasta por 80 millones de pesos.
Situación social
El crecimiento económico se produjo a base de una fuerte explotación de las clases trabajadoras, paralela a las grandes facilidades otorgadas a terratenientes e inversionistas. Por lo tanto, dicho crecimiento en general, lejos de mejorar el nivel de vida del pueblo, profundizó la desigualdad socioeconómica. Mientras los obreros y el campesinado subsistían pobremente, y las esperanzas de prosperidad de las “clases medias” se estancaban o frustraban, los favorecidos del régimen; tanto nacionales como extranjeros aumentaban sus propiedades e influencia casi sin parar.
El siguiente esquema permite visualizar la división de clases de la sociedad porfiriana:
Campo
Clases
Ciudad
Hacendados
Ganaderos
Dominantes
Capitalistas industriales
y banqueros
Ejecutivos y altos funcionarios
Administradores
Capataces
Arrieros
Rancheros
“Medias”
Pequeños comerciantes
Burócratas
Profesionistas
Peones acasillados
Campesinos “libres”
Indígenas comuneros
Explotadas
Artesanos
Obreros
Lumpenproletarios

a) Las clases dominantes: en el medio rural, los hacendados latifundistas (beneficiarios de la ganadería o la agricultura) concentraban la propiedad, el prestigio y la influencia: eran los que se identificaban más claramente con el régimen. A través de sus allegados, controlaban los más importantes cargos de gobierno a nivel estatal y hasta nacional. En la ciudad, los capitalistas nacionales y extranjeros así como su personal ejecutivo,  disfrutaban de las ganancias, tanto de sus negocios, como de los favores de un gobierno deseoso de inspirar confianza.
b) Las clases medias rurales incluían a los empleados que administraban las haciendas, y hacían trabajar a los peones, o bien a algunos pequeños propietarios privados. Su modo de vida les confería capacidad de mando, manejo tanto de armas como de caballos; expectativas muy superiores a las del campesino común. Las clases medias urbanas, tuvieron grandes esperanzas de progreso en los primeros años del porfiriato, pero poco a poco descubrieron que la riqueza y el poder ya estaban reservados para unos cuantos. Por otra parte, debido a su nivel de instrucción e información, estos “pequeño-burgueses” eran los más capacitados para criticar al régimen y proponer tanto soluciones como alternativas.
c) Las clases explotadas: en el ámbito  rural, los peones acasillados eran campesinos que comenzaban a trabajar por contrato en las haciendas, pero a través de las deudas quedaban arraigados. Las comunidades indígenas tanto los yaquis como los mayas, fueron sistemáticamente atacadas para despojarles de sus tierras y obligarles a trabajar para los hacendados. En las ciudades, el crecimiento manufacturero hizo aumentar muy rápidamente a un sector de asalariados mal remunerados.

4. Los movimientos de oposición al Régimen Porfirista.
La clase obrera, fuertemente explotada por los patrones mexicanos o extranjeros, había sido completamente abandonada por el gobierno porfirista.
Fueron célebres los movimientos huelguistas de los mineros de Cananea (Sonora) y los textileros de Río Blanco (Veracruz). El primero de estos casos sucedió en junio de 1906. Los mineros mexicanos, empleados por una empresa estadounidense, protestaron por la discriminación que sufrían respecto de los extranjeros, estando en territorio mexicano. La protesta recibió una respuesta violenta, primero por parte de empleados y mineros estadounidenses, y luego por milicias rurales estadounidenses a las que el gobierno porfirista permitió actuar en territorio mexicano. Los obreros mexicanos sufrieron más de veinte muertos, otros tantos heridos y unos cincuenta detenidos y encarcelados.
En enero de 1907, los textileros de Río Blanco, Veracruz, se organizaban también para pedir, y luego exigir, mejoras en sus condiciones de trabajo. Ante la negativa de los patrones para concederles lo que pedían, se desató una huelga y algunos disturbios que motivaron la intervención del gobierno de Díaz. Las autoridades pidieron a los obreros que regresaran a trabajar mientras se analizaban y resolvían las condiciones de su trabajo. Más cuando el gobierno respaldó a la parte empresarial para negar todas las peticiones obreras, la inconformidad estalló y fue respondida con la represión más violenta. Murieron decenas de obreros y cinco de sus líderes.
Estos hechos motivaron a los obreros a ver como un enemigo al régimen de Díaz. La oposición se fortalecía también entre las clases medias, especialmente entre los trabajadores de la educación y los profesionistas que, por su nivel de instrucción e información, podrían ver que la situación nacional no era tan favorable como la presentaban los informes de gobierno del presidente Díaz ni los homenajes que le tributaban sus partidarios.
En especial, surgían grupos políticos deseosos de acabar con la dictadura reeleccionista, a la que juzgaban como traidora del auténtico liberalismo de la Reforma. Camilo Arriaga, joven ingeniero y egresado de la Escuela Nacional Preparatoria, comenzó a formar un grupo de discusión política en que se denunciaba al Gral. Díaz como traidor a los principios originales del liberalismo mexicano, se planteaban los problemas económicos y sociales del país, y se discutían posibles soluciones. En honor de su tío-abuelo, que había sido diputado constituyente en 1856-1857, Camilo fundó el “Círculo Liberal Ponciano Arriaga”. Ahí militaron los hermanos Flores Magón, que pronto se convirtieron en los mayores críticos del régimen porfiriano.
Los Flores Magón dirigieron la fundación de un nuevo Partido Liberal Mexicano, que trataba de aglutinar a los descontentos para con un programa coherente de lucha y de nuevo gobierno. En 1906 dieron a conocer un “Programa” de reformas que pretendía mejorar sustancialmente las condiciones de trabajo de los asalariados y moderar los abusos de los hacendados, así como de los empresarios nacionales y extranjeros, así como de funcionarios del gobierno. Bajo una fuerte represión de la policía porfiriana, publicaron  el periódico Regeneración, uno de los más representativos de la inconformidad que se iba generando en contra de la prolongada dictadura del Gral. Díaz.

5. La entrevista Díaz-Creelman y el surgimiento de los partidos políticos.
En lo político, la permanencia de los mismos hombres en los mismos cargos durante décadas iba generando decadencia e ineptitud. Al aproximarse las elecciones presidenciales de 1910 se desató la lucha entre los aspirantes a sustituir al Gral. Díaz, particularmente José Ives Limantour y el Gral. Bernardo Reyes. Tan sólo consiguieron desprestigiarse mutuamente, y de esa manera complicaron el problema de la sucesión presidencial, ya que no se distinguía a ninguna personalidad capaz de dar una continuidad estable al régimen porfiriano.
Otro factor que agravó la situación fue que los grandes monopolistas y el gobierno estadounidenses también estaban deseosos de ver un cambio de mandos en México, ya que les perjudicaba la política pro-europea de Díaz. Un gesto representativo de esta tendencia fue la visita en 1908 del periodista James Creelman, quien, después de preparar un reportaje muy favorable a los logros del gobierno mexicano hasta aquél momento, entrevistó a Díaz en el alcázar de Chapultepec, donde había establecido su residencia oficial.
El reportaje y la entrevista se publicaron con gran lujo editorial en la prestigiada revista estadounidense Pearson’s Magazine. Creelman dedicaba grandes elogios a la labor gubernativa del Gral. Díaz, pero enseguida le preguntó por la conveniencia de que dejara el poder. Díaz respondió asegurando que su permanencia en el puesto había sido absolutamente necesaria, ya que el país había padecido guerras y desórdenes que habían impedido el progreso económico, y sólo a través de la imposición de la autoridad se dieron las condiciones para la prosperidad.
El anciano presidente afirmaba que ese avance material, a su vez, había hecho surgir una amplia clase media que era la base indispensable para el funcionamiento adecuado de las instituciones democráticas. Por lo tanto, después de tanto tiempo en el poder, Díaz veía al pueblo mexicano “preparado para la democracia”, y para elegir o cambiar a sus gobernantes “sin necesidad de revoluciones armadas”. Por lo tanto ya no buscaría una nueva reelección. Aseguró que al concluir el sexenio de 1904-1910 se retiraría de la política, y por lo tanto convocaba abiertamente a la formación y la competencia electoral de partidos independientes.
Si bien la versión original de esta obra periodística se publicó para los lectores estadounidenses de habla inglesa, la prensa mexicana se apresuró a traducirla y difundirla en México, despertando un notorio interés por la formación de círculos o grupos políticos para proponer fórmulas y candidatos para las elecciones de 1910. Sin embargo,  Díaz no sostuvo sus ofrecimientos: se postuló nuevamente a la presidencia y se proclamó vencedor, lo que hizo estallar la inconformidad de todos los sectores.

6. Madero y el Partido Antireeleccionista.
Las declaraciones del Gral. Díaz en su entrevista con James Creelman en 1908 estimularon la formación de grupos opositores. Ahí comenzó a surgir la figura del acaudalado terrateniente coahuilense Francisco I. Madero. Él provenía de una familia pudiente;  con negocios y propiedades, así como con una fuerte influencia política, en Coahuila. Pero no se había limitado a conservar o aumentar su patrimonio personal, sino que tomó un interés directo por el bienestar de los trabajadores de sus haciendas, al grado de brindarles servicios médicos.
            Esta preocupación por los problemas sociales del país llevó a Francisco I. Madero a interesarse también por la vida política, la cual abordó en su libro La sucesión presidencial en 1910. En esta obra reconocía que el régimen porfiriano había tenido logros notables en la pacificación política y la prosperidad material del país, pero ya requería de una renovación de las personas que ejercían el poder. Aprovechando la cercanía de su familia con los colaboradores directos del presidente Díaz, el joven demócrata consiguió entrevistarse personalmente con él para proponerle que permitiera, al menos, una competencia libre y justa por el puesto de vicepresidente. El envejecido héroe de la lucha contra los conservadores y la intervención francesa se negó a tomar en serio esa propuesta.
Lejos de desanimarse, Madero se consagró a promover sus postulados democratizantes por otros medios. Para las elecciones presidenciales de 1910 logró reunir a antiguos partidarios del Gral. Reyes con una gran cantidad de ciudadanos para formar primeramente un “club” y enseguida un Partido Nacional Antireeleccionista, formalizado en mayo de 1909. Esta agrupación presentó como candidato presidencial al propio Madero y para vicepresidente a Francisco Vázquez Gómez. Sus banderas ideológicas eran la Constitución de 1857, la defensa de las garantías individuales y el lema de “Sufragio efectivo, no reelección”.
Madero vendió muchas de sus propiedades para financiar un amplio recorrido por todos los estados de la República, captando una aceptación y apoyo crecientes. La campaña electoral opositora fue tan intensa que Porfirio Díaz y sus partidarios llegaron a temer que lograra la victoria. Entonces comenzaron a acosar a Madero y a sus seguidores, primero golpeando y luego abriendo fuego contra algunas de las concentraciones públicas en que se presentaba el candidato antireeleccionista. Como esta represión no resultó suficiente para neutralizar el entusiasmo popular, se aprovecharon las críticas que Madero dirigía contra el presidente Díaz para acusarlo de rebelde y sedicioso, ordenando su aprehensión. Fue encarcelado en San Luis Potosí y las elecciones se manipularon para declarar vencedor nuevamente al Gral. Díaz.
Por gestiones de su familia cercana ante el secretario de Hacienda Limantour, éste influyó para que Madero fuera liberado unos días después de la elección. El coahuilense consideró que se habían agotado los medios pacíficos para buscar el cambio político del país, y consideró llegado el momento de recurrir a la violencia. 


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