1 y 2. Los gobiernos de Porfirio Díaz
y Manuel González
(1877-1911)
En las elecciones presidenciales de 1876 Sebastián Lerdo de Tejada se proclamó
nuevamente triunfador. José María Iglesias lo desconoció desde Guanajuato, así
como Porfirio Díaz y sus partidarios, que lanzaron el Plan de Tuxtepec.
Declarándose defensor de la Constitución de 1857, de las Leyes de Reforma y del
principio de no reelección presidencial, Díaz combatió hasta vencer a los
lerdistas en Tecoac, Puebla, en noviembre de 1876. Así, fue nombrado presidente
provisional en febrero de 1877, y tras nuevas elecciones asumió el mandato
constitucional en mayo siguiente.
Cuando
el Gral. Díaz accedió al poder se enfrentaba a la crónica inestabilidad de la
política nacional y a la desconfianza de las potencias extranjeras. Tanto por
sus convicciones personales, como por las circunstancias que le rodeaban,
proclamó una ideología liberal, adoptando la teoría del liberalismo clásico, y
los postulados de la filosofía positivista que comenzaba a predominar en Europa
a finales del siglo XIX. Dos lemas resumen el rumbo político que mantuvo
permanentemente:
“Orden
y progreso” y “Poca política,
mucha administración”.
En sus
ejes básicos, el rumbo político porfirista tuvo una notoria continuidad, tanto
bajo la presidencia del propio Díaz (1877-1880) y sus siete reelecciones (1884,
1888, 1892, 1896, 1900, 1904 y 1910) como en la de su antiguo colaborador
Manuel González (1880-1884), si bien no puede decirse que éste haya sido un
títere ni prestanombres de Díaz.
Díaz
se apoyó decididamente en las clases dominantes. Supo ganarse la confianza de
los representantes de las potencias extranjeras, a las que convenía la
estabilidad interna de un país tan rico en recursos naturales. Nombró a
colaboradores de gran eficiencia en las secretarías de Estado y procuró
asegurarles una prolongada permanencia en sus puestos. Hizo otro tanto con los
gobernadores de los estados y con los mandos superiores del ejército que le
mostraban fidelidad personal.
Díaz
obtuvo un provecho óptimo de las innovaciones tecnológicas como el telégrafo,
el teléfono, y los ferrocarriles, que le permitieron tener un control tan estrecho
como eficaz sobre la vida política del país que a cualquiera de sus
antecesores. Merced a estos recursos, se mantenía informado día a día, o con más
frecuencia si era necesario, de
cualquier problema político relevante, y podía atenderlo con mucha rapidez a
través de sus colaboradores o, en caso extremo, de tropas que se desplazaban
por el territorio nacional con una velocidad antes inconcebible.
Díaz
practicó una política de conciliación respecto a la iglesia católica y los
restos del bando conservador, a quienes había combatido tantos años,
permitiéndoles diversas violaciones a las Leyes de Reforma. A cambio de ello,
el clero se mostró cada vez más favorable a su régimen, y con frecuencia lo
apoyó desde el púlpito. Por otra parte, Díaz logró atraerse la simpatía de los
liberales juaristas y lerdistas, que al principio lo combatían, concediéndoles
honores o la oportunidad de enriquecerse.
Contra
los opositores decididos, los periodistas que lo criticaron radicalmente, como
los hermanos Flores Magón, y contra los obreros, campesinos y comuneros
indígenas que se resistían a sus políticas tanto de explotación como de
despojo, se aplicó una drástica represión: persecuciones, encarcelamientos,
cierre de periódicos independientes, encarcelamiento, deportación, ejecuciones,
y asesinatos. En el caso de los indios
yaquis de Sonora o los mayas de Yucatán, se llegó a practicar el genocidio, que
hoy en día se calcula en decenas de miles de víctimas.
No sin
dificultades, logró el reconocimiento político y la normalización de relaciones
diplomáticas con los Estados Unidos y con las principales potencias europeas.
Debió enfrentar algunos conflictos graves, como el de las pretensiones de Gran
Bretaña por mejorar su posición en Belice a costa de la soberanía mexicana, o
las de Guatemala sobre las costas del sur de Chiapas, apoyadas por presiones
estadounidenses.
En el
aspecto educativo, la instrucción pública hizo algunos progresos bajo la guía
de Gabino Barreda y Justo Sierra: expansión del sistema de escuelas primarias
de gobierno, desarrollo de la Escuela Nacional Preparatoria, refundación de la
Universidad Nacional en 1910. Pese a ello, más del 85% de la población siguió
hundida en el analfabetismo.
3.
El Régimen
Porfirista (1884-1911).
Progreso
económico
El modelo de desarrollo vigente en México
durante el porfiriato fue el que los economistas actuales denominan
primario-exportador. Se le define como una economía cuyo motor fue la expansión
constante de actividades primarias; agricultura, ganadería, minería y
extracción de petróleo. La producción de estas actividades se orientaba
primordialmente a la exportación o “crecimiento hacia afuera”. Se buscó obtener
productos de valor comercial relativamente alto para venderlos al extranjero y
obtener divisas. Con esto se lograba una notoria prosperidad para los
propietarios de los medios de producción; capitalistas extranjeros y
nacionales, así como hacendados, pero no para el mercado interno, ni mucho
menos para las mayorías trabajadoras.
Los
rasgos esenciales de este modelo fueron:
a) Una estrategia asociativa ante el
mercado mundial: se procuró conscientemente fomentar las relaciones y la
cooperación entre la economía nacional y la mundial.
b) Se abrieron las facilidades a la
participación de capitales extranjeros y a la competencia privada: el gobierno
redujo su papel económico al mínimo posible.
c) En este sentido, si bien la
Constitución de 1857 propiciaba la eliminación de las funciones económicas de
corporaciones tradicionales (Iglesia, comunidades indígenas), este marco fue
ampliado con leyes como la de Terrenos Baldíos y la Minera (1884), que
concedían las mayores ventajas posibles a los hacendados, en el primer caso, y
a los inversionistas extranjeros interesados por los recursos nacionales del
subsuelo, en el segundo.
d) Se estimuló intensamente el mercado de
tierras, para hacer productivas y comercialmente atractivas las que estaban
ociosas (en beneficio del latifundio privado).
e) La incipiente industrialización, y por
otra parte los ingresos del Estado, dependen de los productos de la agricultura
y minería de exportación.
Sobre
tales bases, México experimentó un gran crecimiento económico, en promedio, del
7.5% anual durante el porfiriato, pero no un desarrollo integral. Se
aprovecharon los altos flujos de inversión que las grandes potencias
industrializadas podían canalizar hacia los países económicamente “atrasados”,
como el nuestro, pero por lo mismo se fortaleció decididamente la dependencia
de México frente a los vaivenes comerciales y financieros del exterior.
La
agricultura continuó siendo la actividad principal de nuestra población: unos
pocos cientos de hacendados se adueñaron de colosales latifundios,
enriqueciéndose con la exportación de algunos productos como caña de azúcar,
café, y henequén; entre otros. La minería renació, y al lado de los
tradicionales metales preciosos, comenzaron a exportarse los de uso industrial:
hierro, zinc, estaño, cobre, etc. La
explotación de los grandes yacimientos petroleros de las costas del Golfo,
inició con capitales británicos y estadounidenses en 1901. Se incrementó la
manufactura de bienes de consumo como: textiles, calzado, herramientas, etc.,
pero no se estableció industria pesada. El gobierno subsidió en gran cantidad
la red de ferrocarriles y creció hasta casi 20 000 km de vías.
En
1884 surgieron los primeros bancos privados; comenzó a imprimirse y utilizarse
el papel moneda. Los ministros de Hacienda, como José Ives Limantour,
completaron la reorganización fiscal, suprimiendo impuestos obsoletos como la
alcabala. Se arregló la deuda externa en términos de una virtual condonación.
Por primera vez se acumularon reservas monetarias, hasta por 80 millones de
pesos.
Situación
social
El crecimiento económico se produjo a base
de una fuerte explotación de las clases trabajadoras, paralela a las grandes
facilidades otorgadas a terratenientes e inversionistas. Por lo tanto, dicho
crecimiento en general, lejos de mejorar el nivel de vida del pueblo,
profundizó la desigualdad socioeconómica. Mientras los obreros y el campesinado
subsistían pobremente, y las esperanzas de prosperidad de las “clases medias”
se estancaban o frustraban, los favorecidos del régimen; tanto nacionales como
extranjeros aumentaban sus propiedades e influencia casi sin parar.
El
siguiente esquema permite visualizar la división de clases de la sociedad
porfiriana:
Campo
|
Clases
|
Ciudad
|
Hacendados
Ganaderos
|
Dominantes
|
Capitalistas
industriales
y
banqueros
Ejecutivos
y altos funcionarios
|
Administradores
Capataces
Arrieros
Rancheros
|
“Medias”
|
Pequeños
comerciantes
Burócratas
Profesionistas
|
Peones
acasillados
Campesinos
“libres”
Indígenas
comuneros
|
Explotadas
|
Artesanos
Obreros
Lumpenproletarios
|
a) Las clases dominantes: en el medio
rural, los hacendados latifundistas (beneficiarios de la ganadería o la
agricultura) concentraban la propiedad, el prestigio y la influencia: eran los
que se identificaban más claramente con el régimen. A través de sus allegados,
controlaban los más importantes cargos de gobierno a nivel estatal y hasta
nacional. En la ciudad, los capitalistas nacionales y extranjeros así como su
personal ejecutivo, disfrutaban de las
ganancias, tanto de sus negocios, como de los favores de un gobierno deseoso de
inspirar confianza.
b) Las clases medias rurales incluían a
los empleados que administraban las haciendas, y hacían trabajar a los peones,
o bien a algunos pequeños propietarios privados. Su modo de vida les confería
capacidad de mando, manejo tanto de armas como de caballos; expectativas muy
superiores a las del campesino común. Las clases medias urbanas, tuvieron
grandes esperanzas de progreso en los primeros años del porfiriato, pero poco a
poco descubrieron que la riqueza y el poder ya estaban reservados para unos
cuantos. Por otra parte, debido a su nivel de instrucción e información, estos
“pequeño-burgueses” eran los más capacitados para criticar al régimen y
proponer tanto soluciones como alternativas.
c) Las clases explotadas: en el
ámbito rural, los peones acasillados
eran campesinos que comenzaban a trabajar por contrato en las haciendas, pero a
través de las deudas quedaban arraigados. Las comunidades indígenas tanto los
yaquis como los mayas, fueron sistemáticamente atacadas para despojarles de sus
tierras y obligarles a trabajar para los hacendados. En las ciudades, el
crecimiento manufacturero hizo aumentar muy rápidamente a un sector de
asalariados mal remunerados.
4.
Los movimientos de
oposición al Régimen Porfirista.
La clase obrera, fuertemente explotada por
los patrones mexicanos o extranjeros, había sido completamente abandonada por
el gobierno porfirista.
Fueron
célebres los movimientos huelguistas de los mineros de Cananea (Sonora) y los
textileros de Río Blanco (Veracruz). El primero de estos casos sucedió en junio
de 1906. Los mineros mexicanos, empleados por una empresa estadounidense,
protestaron por la discriminación que sufrían respecto de los extranjeros,
estando en territorio mexicano. La protesta recibió una respuesta violenta,
primero por parte de empleados y mineros estadounidenses, y luego por milicias
rurales estadounidenses a las que el gobierno porfirista permitió actuar en
territorio mexicano. Los obreros mexicanos sufrieron más de veinte muertos,
otros tantos heridos y unos cincuenta detenidos y encarcelados.
En
enero de 1907, los textileros de Río Blanco, Veracruz, se organizaban también
para pedir, y luego exigir, mejoras en sus condiciones de trabajo. Ante la
negativa de los patrones para concederles lo que pedían, se desató una huelga y
algunos disturbios que motivaron la intervención del gobierno de Díaz. Las
autoridades pidieron a los obreros que regresaran a trabajar mientras se
analizaban y resolvían las condiciones de su trabajo. Más cuando el gobierno
respaldó a la parte empresarial para negar todas las peticiones obreras, la
inconformidad estalló y fue respondida con la represión más violenta. Murieron
decenas de obreros y cinco de sus líderes.
Estos
hechos motivaron a los obreros a ver como un enemigo al régimen de Díaz. La
oposición se fortalecía también entre las clases medias, especialmente entre
los trabajadores de la educación y los profesionistas que, por su nivel de
instrucción e información, podrían ver que la situación nacional no era tan
favorable como la presentaban los informes de gobierno del presidente Díaz ni los
homenajes que le tributaban sus partidarios.
En
especial, surgían grupos políticos deseosos de acabar con la dictadura
reeleccionista, a la que juzgaban como traidora del auténtico liberalismo de la
Reforma. Camilo Arriaga, joven ingeniero y egresado de la Escuela Nacional
Preparatoria, comenzó a formar un grupo de discusión política en que se
denunciaba al Gral. Díaz como traidor a los principios originales del
liberalismo mexicano, se planteaban los problemas económicos y sociales del
país, y se discutían posibles soluciones. En honor de su tío-abuelo, que había
sido diputado constituyente en 1856-1857, Camilo fundó el “Círculo Liberal
Ponciano Arriaga”. Ahí militaron los hermanos Flores Magón, que pronto se
convirtieron en los mayores críticos del régimen porfiriano.
Los
Flores Magón dirigieron la fundación de un nuevo Partido Liberal Mexicano, que
trataba de aglutinar a los descontentos para con un programa coherente de lucha
y de nuevo gobierno. En 1906 dieron a conocer un “Programa” de reformas que pretendía
mejorar sustancialmente las condiciones de trabajo de los asalariados y moderar
los abusos de los hacendados, así como de los empresarios nacionales y
extranjeros, así como de funcionarios del gobierno. Bajo una fuerte represión
de la policía porfiriana, publicaron el
periódico Regeneración, uno de los más representativos de la
inconformidad que se iba generando en contra de la prolongada dictadura del
Gral. Díaz.
5.
La entrevista
Díaz-Creelman y el surgimiento de los partidos políticos.
En lo político, la permanencia de los
mismos hombres en los mismos cargos durante décadas iba generando decadencia e
ineptitud. Al aproximarse las elecciones presidenciales de 1910 se desató la
lucha entre los aspirantes a sustituir al Gral. Díaz, particularmente José Ives
Limantour y el Gral. Bernardo Reyes. Tan sólo consiguieron desprestigiarse
mutuamente, y de esa manera complicaron el problema de la sucesión
presidencial, ya que no se distinguía a ninguna personalidad capaz de dar una
continuidad estable al régimen porfiriano.
Otro
factor que agravó la situación fue que los grandes monopolistas y el gobierno
estadounidenses también estaban deseosos de ver un cambio de mandos en México,
ya que les perjudicaba la política pro-europea de Díaz. Un gesto representativo
de esta tendencia fue la visita en 1908 del periodista James Creelman, quien,
después de preparar un reportaje muy favorable a los logros del gobierno
mexicano hasta aquél momento, entrevistó a Díaz en el alcázar de Chapultepec,
donde había establecido su residencia oficial.
El
reportaje y la entrevista se publicaron con gran lujo editorial en la
prestigiada revista estadounidense Pearson’s
Magazine. Creelman dedicaba grandes elogios a la labor gubernativa del
Gral. Díaz, pero enseguida le preguntó por la conveniencia de que dejara el
poder. Díaz respondió asegurando que su permanencia en el puesto había sido
absolutamente necesaria, ya que el país había padecido guerras y desórdenes que
habían impedido el progreso económico, y sólo a través de la imposición de la
autoridad se dieron las condiciones para la prosperidad.
El
anciano presidente afirmaba que ese avance material, a su vez, había hecho
surgir una amplia clase media que era la base indispensable para el
funcionamiento adecuado de las instituciones democráticas. Por lo tanto,
después de tanto tiempo en el poder, Díaz veía al pueblo mexicano “preparado
para la democracia”, y para elegir o cambiar a sus gobernantes “sin necesidad
de revoluciones armadas”. Por lo tanto ya no buscaría una nueva reelección.
Aseguró que al concluir el sexenio de 1904-1910 se retiraría de la política, y
por lo tanto convocaba abiertamente a la formación y la competencia electoral
de partidos independientes.
Si
bien la versión original de esta obra periodística se publicó para los lectores
estadounidenses de habla inglesa, la prensa mexicana se apresuró a traducirla y
difundirla en México, despertando un notorio interés por la formación de
círculos o grupos políticos para proponer fórmulas y candidatos para las
elecciones de 1910. Sin embargo, Díaz no
sostuvo sus ofrecimientos: se postuló nuevamente a la presidencia y se proclamó
vencedor, lo que hizo estallar la inconformidad de todos los sectores.
6.
Madero y el Partido
Antireeleccionista.
Las declaraciones del Gral. Díaz en su
entrevista con James Creelman en 1908 estimularon la formación de grupos
opositores. Ahí comenzó a surgir la figura del acaudalado terrateniente
coahuilense Francisco I. Madero. Él provenía de una familia pudiente; con negocios y propiedades, así como con una
fuerte influencia política, en Coahuila. Pero no se había limitado a conservar
o aumentar su patrimonio personal, sino que tomó un interés directo por el
bienestar de los trabajadores de sus haciendas, al grado de brindarles
servicios médicos.
Esta
preocupación por los problemas sociales del país llevó a Francisco I. Madero a
interesarse también por la vida política, la cual abordó en su libro La
sucesión presidencial en 1910. En esta obra reconocía que el régimen
porfiriano había tenido logros notables en la pacificación política y la
prosperidad material del país, pero ya requería de una renovación de las
personas que ejercían el poder. Aprovechando la cercanía de su familia con los
colaboradores directos del presidente Díaz, el joven demócrata consiguió
entrevistarse personalmente con él para proponerle que permitiera, al menos,
una competencia libre y justa por el puesto de vicepresidente. El envejecido
héroe de la lucha contra los conservadores y la intervención francesa se negó a
tomar en serio esa propuesta.
Lejos
de desanimarse, Madero se consagró a promover sus postulados democratizantes
por otros medios. Para las elecciones presidenciales de 1910 logró reunir a
antiguos partidarios del Gral. Reyes con una gran cantidad de ciudadanos para
formar primeramente un “club” y enseguida un Partido Nacional
Antireeleccionista, formalizado en mayo de 1909. Esta agrupación presentó como
candidato presidencial al propio Madero y para vicepresidente a Francisco
Vázquez Gómez. Sus banderas ideológicas eran la Constitución de 1857, la
defensa de las garantías individuales y el lema de “Sufragio efectivo, no
reelección”.
Madero
vendió muchas de sus propiedades para financiar un amplio recorrido por todos
los estados de la República, captando una aceptación y apoyo crecientes. La
campaña electoral opositora fue tan intensa que Porfirio Díaz y sus partidarios
llegaron a temer que lograra la victoria. Entonces comenzaron a acosar a Madero
y a sus seguidores, primero golpeando y luego abriendo fuego contra algunas de
las concentraciones públicas en que se presentaba el candidato
antireeleccionista. Como esta represión no resultó suficiente para neutralizar
el entusiasmo popular, se aprovecharon las críticas que Madero dirigía contra
el presidente Díaz para acusarlo de rebelde y sedicioso, ordenando su
aprehensión. Fue encarcelado en San Luis Potosí y las elecciones se manipularon
para declarar vencedor nuevamente al Gral. Díaz.
Por
gestiones de su familia cercana ante el secretario de Hacienda Limantour, éste
influyó para que Madero fuera liberado unos días después de la elección. El
coahuilense consideró que se habían agotado los medios pacíficos para buscar el
cambio político del país, y consideró llegado el momento de recurrir a la
violencia.